EROS Y GLORIA
Me encontraba, según creo recordar, en la amplia y luminosa cocina de mi casa. Alguno de
mis hermanos mayores, no recuerdo cual, me preguntó qué música me gustaba. Para
sorpresa de mi familia, mi yo de 6 ó 7 años contestó, “la música erótica”.
Cada uno tenemos en nuestro interior un punto que es tocado por algunas melodías y
que nos hace vibrar por dentro y soñar a lo grande. He metido muchos goles en el
minuto noventa de partido, regateando contrarios a cámara lenta, con la música
de Carros de fuego de fondo. No sé cuántas veces llegué corriendo a salvar a
María Lamas, mi amor platónico del bachillerato, de las manos de atracadores,
con la banda sonora de Indiana Jones llenándolo todo. Es esa música que
despierta al héroe que llevamos dentro y que yo, en la niñez, bauticé como
“erótica”.
En la misma cocina, muchos años y sueños después, me encuentro ahora
con mi amigo Emilio, el cual, casualmente, se acabó casando con María Lamas. La
realidad se impone con el tiempo. Los sueños de juventud no son ya tan
frecuentes. Aunque de vez en cuando sigo marcando goles y salvando doncellas
desvalidas, hace tiempo que no gano el Premio Nobel de Física.
—¿Sabes lo que
realmente me gustaría?
Emilio, ahorrando palabras como siempre, me pregunta con
un gesto de su cara y un sonido gutural que sustituye a un “qué”.
—Lo he
descubierto en el confinamiento, lejos de las clases, cada mañana sentado ante
mi ordenador. Allí, en diferido, escribiendo mis palabras en lugar de
pronunciándolas, a un ritmo distinto, he fluido.
—Explícate.
—Todos tenemos
mucho que decir, mundos que desvelar. Ante mis alumnos, mi maravilloso mundo
interior se transforma en ideas pobres, palabras torpes. Cada frase es como un
parto en el que el niño viene de culo. Y así me va, de…
Emilio sonríe.
—Escribiendo el tiempo es distinto. Los atascos no son tales, las palabras
pensadas son parte del proceso, los seseos o ceceos que mi herencia me ha dejado
no son oídos por nadie y el corrector me avisa discretamente si se me pasa
alguno. Mis ideas van apareciendo como una foto cuando es revelada. Las formas
se van perfilando y los colores se van fijando e intensificando. Cuando lo
desarrollo el tiempo pasa fluido y el resultado soy realmente yo. Mi mundo queda
ahí plasmado, por lo que escribo, por cómo lo hago y por lo que oculto. Todo
habla cuando escribo.
—Bueno, yo creo que te expresas bien. Cuando me dices todo
esto lo entiendo perfectamente.
—Sí, porque lo estoy escribiendo.
Él me mira con
sorpresa.
—Eso es lo que quiero. Vivir, leer y contarle al mundo mi verdad.
Quiero enlazar palabras igual que regateo oponentes en mi imaginación.
—¿Y los
goles?
—A todos nos gusta meter goles, el reconocimiento, la gloria. No voy a
decir que no. No vamos a ponernos demasiado místicos.
—Así que fluir,
expresarte, decir a los demás quién eres realmente y alguna victoria de vez en
cuando… Suena casi erótico.
—¡Ya lo decía yo!
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